domingo, 22 de junio de 2008

Yo NO me meto mugrero… nada más veo Televisa


Cuando de infante mi madre y abuela decían “no te metas ese mugrero”, por lo general prohibían el acto de colocar en la boca cochinillas, escarabajos y cucarachas a riesgo de llenarme de verrugas, además del peligro altísimo de perder el cabello si acaso me daba la gana tocar una polilla. Ahora que soy un hombre semi-calvo, se que la alopecia es hereditaria y que al igual que las verrugas, su causa es más la degradación humana que la curiosidad entomológica. Y asiduo a los desengaños infantiles, el término “mugrero” parece haber cambiado en la actualidad.

Sacando la cabeza para respirar, a través de la ventanilla de un rústico autobús en camino a la frontera con Zacatecas, me topé hace algunos meses con los anuncios espectaculares erigidos por el Gobierno de la Gente y patrocinados por los Impuestos de la Gente. La moda propagandística del gobierno coahuilense solía ser una frase acogedora y hogareña de seguridad, “el profe me cuida”, tan repetida y omnipresente que se tornaba en una fea amenaza de corte orwelliano, potenciada por la fotografía de una mujer con collarín que dudosamente sonreía, y traducida por los paranoicos como “el Profe te vigila”. En este reciente vistazo a las horribles pancartas perennes, hallo en su lugar un clamor, tan coloquial, espontáneo y juvenil, que parece escrito por manos publicistas: “Yo no me meto mugrero”.

Yo no me meto, tú no te metes, nadie se mete

Si acaso usted lector habita Saltillo, sabrá a que me refiero, lo que vi y aún veo al abordar una ruta 14, es un colosal desperdicio de plástico, donde las caricaturas de dos adolescentes andróginos, ataviados al supuesto estilo dominante, “emo”, sonríen orgullosos de su lozanía y refieren el slogan en una divertida tipografía torcida que resalta “NO” con un tono rojo prohibitivo, siguiendo la tradición conductista de la publicidad gubernamental.

Sin ánimo de criticar la iconografía estereotipada que reduce la mentalidad juvenil a la única subcultura vendible, la piel blanca de ejemplares individuos mexicanos y la notoria delgadez olvidadiza de que Coahuila es el estado con mayores índices de obesidad y diabetes del país, estas imágenes infrahumanas poseen más la fisonomía de un adicto al crack, que de jóvenes sanos y comprometidos con la democracia. Resulta esto curioso si se llega a la conclusión de que el citado “mugrero” es el denominativo satanizador que da la campaña a la gama copiosa de narcóticos que pululan en la urbe. Las drogas, dicen, depredan en tentadoras encarnaciones a la indefensa juventud saltillense, casi como demonios voluptuosos con cabeza de cigarrillo, botellas de brandy como piernas, cuerpo reemplazado por bolsas de solventes y cabello hecho con brotes de marihuana.

Analizando el lema moralizante, el “yo” es un sinónimo del “tú”, sugiriendo la equidad humana y la obligación inherente a imitar todo acto a la vista, así un buen consejo se convierte en una orden y una idea estúpida ejecutada por las mayorías en moda. Todo parece indicar que los estadistas, admirables autores de esta campaña con tantos precedentes fracasados que se torna aburrida, conocen a profundidad el tema de las drogas. El verbo “meterse” es el más adecuado para ilustrar el acto de consumir un narcótico. “Yo NO me meto mugrero”, funciona como un ordenamiento contundente a evitar introducir sustancias en cualquier cavidad corporal, oído, cuenca ocular, nariz, poros o recto.

La intención de la campaña es buena, imposible cuestionarlo, las eras y civilizaciones han demostrado que la satanización es el método más efectivo para causar ignorancia, miedo y persecuciones intolerantes que declinan en masacres, además el conductismo prohibitivo es la psicología de alta eficiencia que usan los diez mandamientos, previniéndonos de matar, violar, robar, codiciar y desear la mujer del prójimo…

Claro la intención es excelente, pero no hay miras de que el objetivo sea viable o remotamente realista. Para prueba, tomemos el hecho de que en la última Semana Mayor, el índice de consumo de estupefacientes se alzó, mejorando las ganancias de aquellos dedicados a lucrar con el vicio, narcomenudistas, y de honrados comerciantes que se enriquecen, involuntariamente encaminados por los demonios, los tristes ferreteros vendedores de pegamentos y los propietarios de depósitos etílicos y Modeloramas. Se cree que estos últimos irán derechito a la urna de las limosnas a depositar las cantidades millonarias ganadas con el fin de que se purifiquen (laven) comprando fincas a los frailes y ferraris a los nuncios.

Hasta el más ingenuo de los junkies se reiría de tan pobre intento para alejar a la juventud del “mugrero”. Existen tantas drogas que invariablemente se adecuan a la necesidad o experiencia deseada por el usuario, sea cual sea su clase social, afiliación partidaria o frustración, en ello radica gran parte de su carácter adictivo y en ocasiones irresistible. Si en el gobierno de la gente, los militantes priístas juveniles quieren ver un mejor Coahuila transformado por arte de mitomancia, el LSD ayuda, y en el caso de que los júniores elitistas acaudalados deseen reforzar sus murallas segregativas con más negligencia, pueden recurrir a los barbitúricos que les anestesiarán el horrible dolor de tener que compartir el mundo con los “escatológicos” pobres.

Las drogas, omnipresentes y más viejas que las religiones no se irán con espectaculares y anuncios televisivos mediocres, a diferencia de los cultos deíficos, su alquimia placentera, natural o artificial, provee realmente de un éxtasis científico al individuo. Y este placer, su misterio, asegura que pocos de sus feligreses abandonen la fe. Dijo el sabio Burroughs, que los adictos usan la droga para mantener alejado al “mono”, el espectro de la vacuidad y el hastío que provoca en realidad la Muerte y la desesperación, más que cualquier sustancia.

Metidos en el mugrero

Por si fuera poco el escandaloso listado en neón de los errores en que incurre la campaña juvenil anti-drogas, uno de los más poderosos y adictivos “mugreros” se escapa entre su destartalada inutilidad. El peligro de encontrar un narcótico en todo hogar saltillense o mundial es enorme, no obstante una sustancia putrefacta, nociva y adictiva coexiste en armonía con los habitantes desde hace más de medio siglo, proliferando en varios cultivos por vivienda y próximamente en alta definición.

Este mugrero, que no se inyecta, ni aspira, sino más bien se observa y entra por supositorios, mentalmente hablando, provoca terribles efectos en los usuarios ocasionales y los adictos crónicos. Un breve sumario incluye: la disminución de la actividad mental al punto del adormecimiento facultativo, en el cual el individuo entra en un estado de suspensión intelectual, las ondas Alfa cerebrales caen por debajo de la cantidad base, sujetando literalmente la atención del sujeto al monitor. Se suscita una merma en el pensamiento creativo, adaptando la cognición a las imágenes recibidas, que se configuran como la “realidad”. El sentido orientador del cerebro queda enfocado en los estímulos audiovisuales, cuyos rápidos cambios, cortes, ediciones y terminaciones mantienen al usuario en un estado de atención “hipnótica”, en el que la vigilancia se activa en repetidas ocasiones por minuto, algo similar a un choque eléctrico que obliga a mantener la observación de manera casi involuntaria.

La droga a la que me refiero, no condenada y más bien utilizado por la campaña mugrero, es cómo ya habrá usted adivinado: la televisión. La exposición prolongada a sus estímulos se torna físicamente nociva para la actividad neuronal, y reforzadas las imágenes con estatutos ideológicos del consumismo, la negación, diversas clases de misoginia, morbo y actos idiotas recompensados, el daño se dobla llegando al punto de mortificar la salud psicológica y física

No te metas con la tele, deja que la tele se te meta

En este punto, estoy seguro que una cantidad considerable de protectores y entusiastas de la caja-imbécil, saltarán como pinchados, aduciendo la inviabilidad clínica de llamar “adicción” a las cinco horas promedio de exposición en el infante, joven y adulto común a comerciales y programas de entretenimiento vacuo. Ya puedo verlos sintiendo agresiones de intolerancia y escándalo a esta noble tecnología que calienta los hogares con su tibio y balsámico brillo, pero como siempre, la ciencia tiene un argumento preparado en contra de las sandeces suavizantes que irónicamente se olvidan al hablar de otras drogas tales como la cocaína.

Hace casi cuarenta años el profesor Gary A. Steiner de la Universidad de Chicago investigó los efectos producidos en varias familias por la avería de un televisor. Y si llegan a pensar que un experimento realizado hace cuarenta años carece de validez actual, mediten de nuevo, pues entonces la convivencia con la televisión era mucho menor y por ello, los efectos presumiblemente más leves. Steiner descubrió, para su horror, que la familia muestra “caminaba por la casa como un pollo descabezado”, constantemente estresados, infelices y bordeando constante violencia física y verbal, al ser privados de su “entretenimiento” favorito, una parte esencial de su rutina vital. Supongamos que esta situación se diese a nivel masivo en la actualidad, y la tercera guerra mundial ya no sería por el agua.

“La tele es parte de ellos”, mencionaban las madres, “la tele es parte de nosotros” denuncian con su depresión, infelicidad y ansiedad los sujetos de los experimentos posteriores, que reiteraron fuera de dudas que la televisión genera síndrome de abstinencia en los usuarios. Faltan solamente unas pocas modificaciones en el DSM-IV y las leyes de sustancias actuales, para considerar al rectángulo de la mediocridad como un peligro latente. Por desgracia, también faltaría una revolución cultural que encaminara a los humanos en sentido opuesto a colisionar por deseo con lo dañino.

La variedad narcótica asombrosa ya mencionada aplica también en cuanto a la droga viso-fecal, con la única diferencia que no varían sus efectos, sino que su categoría deriva en diferentes presentaciones, llámense canales. Tristemente en México, este mugrero posee reducidas manifestaciones, restringiéndose a menos de 10 canales libres, entre los que sobresalen uno potencialmente nocivo: Televisa.

Metiéndose un sueño

¿Qué puede ser más denigrante y triste que un chico con síndrome de down bailando amaestrado en un programa explotador del sentimentalismo que gana dinero manipulando a las masas ociosas? Sólo aquellas masas ociosas que se divierten enternecidas con los ridículos ajenos y el morbo ilustrado en dosis diarias que les administra Televisa. Sin contar la presencia de su “bohemio” clon TvAzteca, también llamado TVyDefeca, Televisa impera en los sistemas metabólicos de la mayoría mexicana. Esto incluyendo a los adictos juveniles que sin empacho absorben este silencioso, pero nunca sutil, “mugrero”, deseosos en secreto de convertirse algún día en sus esculturales personajes favoritos, bendecidos por una estulticia sobrenatural, que parece alejarlos de todo mal pensamiento… o cualquier pensamiento.

Los efectos opiáceos producidos por la intoxicación visual con miasmas del alcantarillado, incluyen episodios alucinógenos en los que el adicto a Telemisa llega a creer que vive en una dimensión paralela y cuadriculada, reflejante, en una manera burda de la realidad mexicana. El nombre común que se da a este tipo de mugrero visual es telenovela. Por excelencia en esta mísera alucinación existen rasgos elementales que determinan su falsedad, por ejemplo, en el universo del mugrero de Televisa la gente obesa es prácticamente inexistente. A no ser por unos cuantos estereotipos “graciosos y nobles”, todos los habitantes primordiales e importantes, se muestran como una imagen acartonada de la “belleza”, enjutos, de facciones afables y tez clara, suponen una población refinada y reinante en la fantasía gaseosa, por flatulenta, donde el adicto pasa en promedio nueve años de su vida.

En este micro-universo, donde las tonalidades psicodélicas se reducen al rosa chillón y el azul celeste, la contaminación tampoco está presente, la pobreza es mínima, poco visible y los pobres exudan no hambre, desesperación, ni enfermedad, sino una sabiduría austera y esperanza perpetua de ser ricos. La justicia institucional es infalible y las necesidades excretorias del organismo quedaron suprimidas por la misma evolución improbable que pobló la Tierra con gente “bien”. En este sentido, unas cuantas horas consumiendo telenovelas, suponen un viaje quimérico más irreal que los de Dalí y más chocante que las Pinturas Negras, tan apabullante que ni un kilogramo del mugrero LSD podría igualarlo.

La superficie, o el nivel de intoxicación donde estas imágenes abundan se compone de las telenovelas, en menor medida de reality shows, e incluso noticiarios parciales. Cabe aclarar que esta categoría de alucinógeno televisivo, afecta tanto a adultos como jóvenes. Evidencia de esto es la tradición de Televisa para producir telenovelas juveniles e infantiles desde que sus capos principales, el Cártel de los Azcagada (conocidos por unos pocos como los Azcárraga), dieron cuenta del amplio mercado a capturar además de la facilidad y economía de su producción. Esta se realiza a partir del reciclaje continuo de clichés, exageraciones de la realidad y destilados de novelas de la Onda. Entre los procesos para fabricar novelas juveniles también se encuentra la costumbre de importar materias primas desde Colombia.

El consumo de Televisa posee un efecto de anestésico que rivaliza con la morfina. Los noticieros patrocinados por las élites económicas y el gobierno federal, tienden a nublar la visión de la realidad en el espectador, vendiendo un simulacro de país en dónde se promete que la guerra contra el narcotráfico es un problema menor próximo a resolverse, la miseria extrema de los indígenas es aliviada por una despensa anual y la esterilización obligada de las mujeres, la crisis petrolera se resolverá con ayuda de nuestros amigas empresas antropófagas extranjeras y principalmente que nuestra vida democrática, tan elevada, es entorpecida por la opinión crítica de unos cuantos malagradecidos bocones, movimientos pacíficos y la actividad analítica en general. Ante tan alentadoras noticias, el invariablemente crédulo mexicano, sentirá un dulce alivio de las tensiones sociales que lo atormentan, pues al momento en que el encéfalo recapta las moléculas ninguneadoras y optimistas de la televisión, da cuenta de que los horrores decadentes que lo circundan no son tan graves como creía.

Colateral a este embotamiento, existe un nivel notable de insensibilidad hacia impulsos externos desagradables. Así, el televidente anestesiado es inmune a molestarse en lo más mínimo por problemáticas sociales graves y se torna olvidadizo a lo que en algún momento formó escándalo. Un adicto a Televisa ignorará la muerte de miles en China y el cercano horror de las Muertas de Juárez si tiene la posibilidad de ingerir una ronda de “clásico de fut” o un supositorio visual de Pasión.

El daño cerebral que se atribuye al uso continuo de solventes, alucinógenos y tranquilizantes, coincide (otra vez) con la exposición prolongada al televisor. Si México ocupa el lugar número 39 de una lista de 40 países en un estudio de lectura no será culpa de la marihuana o la nicotina. Pregúntese usted ¿qué hace con su tiempo aquel ser humano que lee menos de 2.9 libros al año?, trabaja, sí, quizás juegue ajedrez, quizás escriba poesía, incluso puede pensarse que practica algún deporte, por desgracia la respuesta más común es la adicción a la televisión. Televisa siempre preocupada por generar el bienestar en sus adictos, absorbe un porcentaje de las necesidades mentales del individuo simplificándole la vida. El raciocinio, pensamiento creativo y la necesidad humana de absorber conocimientos nuevos, son suplantados a partir del consumo televisivo por la acción de memorizar los comerciales más graciosos, nombres de celebridades y la hora de transmisión de los programas más amarillistas.

Entre los efectos de la cocaína se resalta aquel del incremento en el interés y el placer sexual. La programación de Televisa, está repleta de mensajes que apelan al sexo como método de atrapar la atención del adicto, difiriendo en que solamente el deseo se amplifica y el placer es nulo. La presencia de contenidos misóginos, empecinados en mostrar a las mujeres como objetos sexuales y organismos que deambulan con el solo interés de aparearse, amplifica el alcance del machismo y la misoginia, además de incrementar la importancia de actividades lúbricas en las relaciones sociales. En el alucine televisivo el sexo vende, da placer, estatus, está de moda y carece de consecuencias embarazosas.

Si alguien “no se mete mugrero”, en esta época es digno de alabanza, no obstante el número monstruoso de televidentes en México, cantidad que rebasa a quienes cuentan con agua potable, vuelve difícil congratular a un individuo por estar “limpio”.

Yo, si me meto mugrero, NI me entero

Asombrosa es la cantidad de similitudes que Televisa comparte con casi todos los tipos de narcóticos. Funciona como un depresivo del sistema nervioso central hasta el nivel del retraso mental, tranquiliza al usuario y opaca su percepción a modo de alucinaciones. En sí es el estupefaciente más barato del mundo, si ignoramos la cantidad de productos inútiles que el adicto se ve obligado a consumir debido a la publicidad. Los cambios de hábitos que la necesidad compulsiva de ver televisión genera, van desde el abandono de actividades familiares hasta la adopción de corrientes populares de vestimenta y lenguaje, hecho risiblemente notorio en la población juvenil. El síndrome de abstinencia ya citado degenera en un sentimiento de inseguridad personal y auto-desprecio al no poder verse como los objetivos humanos planteados por la telebasura, en consecuencia, otras pequeñas adicciones, léase consumismo y borreguismo, ensanchan el vacío dejado por Televisa en el adicto, esta peculiar característica es única y propia del narcótico televisivo.

Asombroso es también, el triste desliz que cometen la campaña “Yo NO me meto mugrero”, y todos sus precedentes que lejos de prevenir sobre los efectos nocivos de la televisión, pavonéanse en este medio masivo, llevando su mensaje parcial e inquisidor de condena a los estupefacientes, cuando estúpidamente su transmisión se refuerza en el uso de la más nociva y denigrante adicción que ha concebido el hombre.

“Yo no me meto mugrero”, tampoco mete información, los sabios publicistas olvidaron reforzar su campaña con datos duros y anecdóticos sobre los efectos que el consumo excesivo de narcóticos provoca en el organismo, deduciendo que debido a tantas campañas anteriores, sólo es necesario un recordatorio de que los estupefacientes son "mugrero" y es inútil proveer una razón firme de porqué se les considera así.

Mientras los preocupados seguidores del “Profe Moreira”, y Su Alteza Felipe Calderón aconsejan a los jóvenes alejarse a toda prisa de cualquier polvo blanco o forma de cigarro, sea por medio de campañas inútiles o pruebas de orina forzadas, su buen amigo el televisor pregona las bondades festivas del alcoholismo mientras convenientemente anuncia sus ambiciones políticas. Afuera del bonito cosmos del México lindo y querido, gente de valores, jóvenes emprendedores sanos, tierra rica y empleos crecientes, la realidad es tan fea que lo mejor sería ignorarla.

Tres de cada diez alumnos de secundarias y preparatorias son adictos a algún estimulante, informa el sector Salud, la idiotización crónica merma la capacidad intelectual de la juventud, ruedan las cabezas tan comúnmente cuales maromas desérticas, en los raves el uso de drogas es propiciado sin responsabilidad. Y el problema no es simplemente la influencia de un medio gangrenado por la violencia y la falta de valores cristianos, corresponde a la convivencia familiar. Inicia desde que los padres aconsejan u obligan al infante a ver televisión para tranquilizarse, entretenerse, educarse y “estarse quieto”, con la mente en blanco. El crecimiento cercano al televisor consume lentamente la capacidad cognitiva, formando individuos de voluntad marchita, ideas predigeridas y ambiciones de telenovela.

Tal es así que el consumo de drogas es de esperarse como consecuencia natural a un desarrollo personal atrofiado. Por ende las campañas entusiastas y leves como “Yo No me meto mugrero”, carecen de cualquier utilidad al no contemplar entre su catálogo de demonios a Televisa, y sus asiduos. Esta adicción masiva, crónica e involuntaria, incontrolada, neurocida, es la menos noble de todas, pues el único efecto que no contempla entre sus alteraciones al organismo del individuo es la estimulación del sistema nervioso y el tan descuidado encéfalo.

Para el Gato Clonado

.C.