Cada vez que viene a la mente o a la boca la palabra masturbación, la mayoría de la humanidad evocará un momento de privacidad juvenil, etérea, nocturna, donde la exploración corporal instintiva los llevaría a descubrir el significado del placer personal.
Luego de ese interludio de recuerdo, muchos volverán, sonrojados, de golpe a la realidad trastornada de represiones y moralina, para esgrimir la condena castrante, por llamarla adecuadamente, ante el sucio onanismo. Mientras que otros, una parte pequeña, utilizarán la indiferencia de vivir y dejar vivir, y finalmente una nimia cantidad de humanos aprobarán la masturbación en ambos sexos como una práctica saludable de conocimiento propio, que puede incluso ser benéfica para la salud.
Pero masturbarse siempre ha sido un problema. Desde la etimología capciosa, descendiente del latín manu stupare, que para usos prácticos significa “contaminar con la mano”, hasta las amenazas victorianas de manos peludas que se curaban con tinturas energéticas de a diez peniques la botellita en su farmacia de prestigio. Lo cierto es que las únicas manchas y deformidades que provoca el onanismo son mentales, como el prejuicio, la monofobia y la culpa, esto por supuesto cuando se asocia con acepciones religiosas o médicas tan obsoletas como la lobotomía y el machismo.
Hay teorías que mantienen el estatuto de que, cada vez que alguien se masturba pierde neuronas, mueren células claves de su cerebro, se debilita su energía espiritual, y, en suma, queda más idiota. Samuel-Auguste-Tissot notable médico suizo del siglo XVIII, publicó, basado en el panfleto Onania, su propio compendio de idioteces titulado L’Onanisme, donde culpaba terminantemente a la masturbación por la aparición de todos los tipos de gota y reumatismo, pérdida de memoria, visión borrosa, ceguera, dolores de cabeza, sangre en la orina y casi todos los síntomas terribles que dicen los párrocos provoca el blasfemar y el pensar en exceso.
Y tal fue el tino de Tissot, en la mente colectiva de una especie idiotizada por siglos de religión y dogmas anti-naturales, que a partir de entonces la guerra contra la masturbación fue abierta. Ya no era solamente la condena puritana de los yankees prehistóricos, quienes marcaban a los homosexuales y masturbadotes como dignos de pena de muerte.
En la época victoriana, un tiempo de liberalismo sexual y narcótico, afloraron la cizaña y el odio, por aquellos “débiles mentales”, indulgentes de tan horrible práctica, quienes supuestamente tenían manos peludas, eran ciegos y tenían el cuerpo deformado. En este sentido el Hombre Elefante, no padecía de un defecto genético terrible, sino que fue un adolescente masturbador-compulsivo que solo vivía para enseñar a los niños que tan malo es tocarse “donde no se debe”.
Cada vez que coma sus corn flakes o cualquier variedad de cereal Kellogg’s, querido lector, piense en su creador. John Harvey Kellogg, un prócer anti-masturbador, renombrado científico y padre de las botargas que anuncian el desayuno de los campeones, no solamente despreciaba el onanismo, recomendando atarle las manos a los niños cuando no fueran supervisados por sus padres, sino que en casos severos, juzgaba necesaria la circuncisión sin anestesia, la administración de choques eléctricos preventivos y en el caso de las mujeres, la aplicación de ácido carbólico en el clítoris.
Entre otros cómicos y efectivos métodos de sadismo sexual preventivo, se patentó un cinturón de castidad high-tech, cual navaja suiza, que utilizaba púas internas, choques eléctricos y una campanilla que avisaba al padre sobre la necesidad de una paliza, ante cualquier movimiento manual sospechoso.
Afortunada pero tardíamente, gracias a los esfuerzos y el sentido común del reformador social Havelock Ellis, el sexólogo Alfred Kinsey, y la doctora Joycelyn Elderes, en el siglo pasado y lo que va del presente, la actitud científica y psicológica hacia la masturbación ha cambiado favorablemente. Sus descubrimientos en conjunto con investigaciones del Consejo del Cáncer en Australia, determinan los beneficios del autoerotismo, como la disminución de la presión sanguínea, reducción de las posibilidades de padecer cáncer de próstata y el alivio de la tensión y la depresión.
Así es, ni el prozac es tan económico hoy día como la práctica ancestral y natural que tanto se han esforzado los mochos en eliminar, sin bases científicas, cimentados solamente en el mandato del Viejo Invisible que Vive en las Nubes. Según la tradición judeo-cristiana, los genitales humanos están hechos para juntarse en la santa unión del coito reproductivo, y el que se desvíe del buen camino será asesinado por un trueno glorioso, tal como le sucedió a Onan, quien renegó del sacro deber de copular con su cuñada.
Tras siglos de arrebolada discusión, entre maniáticos castradores, curas con sífilis y uno que otro sensato, se llega a la conclusión de que masturbarse es un acto sano, incluso recomendable y positivo para el humano.
Ya he dicho que cuando viene a la mente la masturbación, se provocan reacciones introspectivas, ruborizantes y hasta vergonzosas, pero, cuando la masturbación llega al imaginario inventivo del humor popular, las reacciones ocasionadas casi siempre terminan siendo humor del excusado. En concreto, la sátira ha hecho ruido últimamente con la difusión de una imagen que promete la muerte de un gatito por obra divina cada vez que alguien se masturba.
Imagine usted, si esto fuese remotamente verdad, los gatos estarían ya extintos y se reportaría mortalidad masiva de felinos durante la celebración de los Masturba-tones (maratones de masturbación) y el Mes de la Masturbación. En el remotísimo caso, el uso de cinturones de castidad sería una de las recomendaciones básicas de la WSPA y Greenpeace.
Dejando de lado la superchería masturbadora, el concepto de la imagen “Cada vez que te masturbas… dios mata a un gatito” funciona como una buena puntada, mas puede ser visto como un rasgo de crueldad animal disfrazada. Después de todo, los gatos no tienen la culpa de que a los amargados religiosos les de urticaria cada vez que alguien se aproxima al placer sexual propio, una expresión de vida libre.
En efecto, la imagen me es un tanto molesta, sobre todo por las reacciones que observé cuando fue expuesta por primera vez en mi universidad, donde la agudeza conceptual fue olvidada por los cromagnones, a quienes les pareció muy divertida la idea de ver un pequeño gato morir asaltado por los Domo-kun mientras se jalonean el prepucio rabiosamente.
A la sazón, previniendo la desviación interpretativa hacia la crueldad, y obedeciendo a un compromiso cristiano propio, me decidí por eliminar el rasgo felicida de la imagen y a contribuir con el esfuerzo represivo que esta obra electrónica satiriza.
Utilizando un tanto de photoshop y otro tanto de amenazas ridículas, pero por desgracia comunes en el mundo real, particularmente México, preparé mi versión de este icono pop. Enfocándola hacia un asunto humano más concerniente, utilizando toda la falta de lógica posible, y una suerte de electroshock moral, presento ante ustedes, una reflexión divina, que ha de ser usada como un poco de humor antes de... usted sabe.
Por favor, piensen en los padrecitos cachondos... no, en serio.
.C.
1 comentario:
No he leido todo, pero quiciera. :D alex_cab_bac@hotmail.com
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