lunes, 1 de diciembre de 2008

Algunos cuentos...

Algunos cuentos míos y de amigos...

La cuidad de las orquídeas


El reloj marco las 7. Marco esperó como siempre en el camino contiguo al café. Mirando el paso de la gente que atravesaba la avenida, buscando en cada rostro los rasgos definitivos y las manos correctas. De repente la vio, de la mano al bolso, apurada y distraída por las sombras del atardecer. Marco pensó que era el momento ideal para abordarla y robarle el nombre de una buena vez, ya tomada la decisión se aventuro empujando a la gente y se acercó hasta ella, tan cerca que pudo casi olerla. Cuando la tuvo de frente sintió un tremendo golpe en el estomago y calló al suelo. Al despertarse estaba en el piso de la cocina, el efecto de la dosis había pasado, era la tercera ves que se quedaba tan cerca de lograrlo, apretó los dientes y se fue quedando en silencio pensando en como recolectaría el dinero suficiente para la siguiente noche y proseguiría su visita al país de las orquídeas.

Las avenidas destilaban el olor a mayo, las flores que colgaban de los puentes adornaban toda la ciudad, mientras Marco espiaba la gente que caminaba de salida a la avenida central. La dosis de esa noche había costado mucho, no quedaba más que vender o empeñar en casa, el cuerpo delgado y las ojeras indicaba la mala vida que los últimos meses se había vuelto una obsesión, a igual que esa extraña mujer que recorría las avenidas después de las 7.

Marco no se dio cuenta como inicio su afición a la heroína, pensaba para si mismo que si era posible conocer a la extraña mujer de las 7 en el mundo de los sueños, entonces seria posible quizá que ella también existiera en el mundo real, era factible entonces hacer la larga búsqueda a través del estado de sumersión provocado por el efecto de la heroína, una vez logrando el primer contacto seria mucho mas fácil encontrarla en el mundo real.

15 minutos habían pasado desde la campanada de las 7, Marco estaba impaciente, la preocupación por el desvanecimiento del efecto volvería inútil el viaje de esa noche.
Repentinamente la vio saliendo por la escalera, corrió de nuevo hacia ella, tocó suavemente su hombro, y sintió como su rostro volteo hacia él. Por fin conocería su rostro, pensó Marco emocionado. Súbitamente el vació y el dolor de su estomago se hizo presente, su tiempo en el país de la orquídeas había terminado.

La barba estaba sucia, y su silueta por más esquelética y triste, Marco se observaba en el reflejo del aparador de la farmacia, apenas y se reconocía a si mismo, pero eso ya no importaba, todo su empeño estaba puesto en conocer a la mujer de las 7, aunque fuera lo ultimo que hiciera.

El arrendador nunca tuvo una buena relación para con Marco, y esa mañana le advirtió sobre el adeudo por el pequeño cuarto que ocupaba… ya tenia dos meses de retraso. Esa misma tarde lo desalojaría según sus propias palabras. Cansado y pensativo Marco tomo algunas cosas y las metió en su mochila, un par de fotos, algunos libros y el viejo reloj de su madre, quizás alguien le daría un poco de dinero para comer algo, o en el mejor de los casos lograría conseguir lo suficiente para su boleto nocturno a la ciudad de las orquídeas.

Bajo el puente, vagabundos y perros comparten calor, vidrios y agujas cubren el suelo como adorno perfecto para el picadero, Marco se había jurado jamás visitar un lugar así,
Pero el frió y su reciente situación de desalojo no le permitía alguna alternativa más.

El viejo reloj de su madre le valió una buena dosis, una jeringa en el piso parecía en buenas condiciones, y aunque muchas veces le advirtieron sobre no comprar heroína en esos lugares por su baja calidad, para Marco no había diferencia.

El piquete fue rápido, la sensación de adormecimiento subió por su brazo directo al corazón, Marco sintió como sus pasos lo llevaban de nuevo a la ciudad de las orquídeas.
Eran mas de las siete, una mujer salía de la avenida para abordar un taxi, miró hacia atrás en un par de ocasiones como si buscara a alguien entre la gente con un aire de melancolía.

Marco cruzó la avenida tan rápido como pudo, la mirada de la asombrada mujer se clavo en sujeto mal rasurado que corría hacia ella. En silencio ambos se contemplaron por un largo rato, como si fuera el comienzo de una vieja película a blanco y negro. Marco esta vez no sentía la preocupación del abandono de los efectos de la heroína, o de despertar en el piso del puente, esta vez era diferente, podía perderse en la mirada de su extraña mujer, las personas que pasaban a su lado lo saludaban y sonreían, su nacionalidad como habitante de la ciudad de las orquídeas le daba una rara satisfacción y una incomprensible melancolía que no comprendía pero tampoco necesitaba hacerlo. Ahora tenía una vida para robarse las flores de las avenidas, para buscar a su amante cada tarde cuando el reloj diera las 7, para atravesar la ciudad y visitar los cafés en un clima de perpetuo otoño, en un lugar donde nadie envejece, donde la jeringas solo son una sonrisa por la piedad, donde a nadie le importa el cuerpo frió de un vagabundo que flota a la orillas de un rió, bajo un puente atestado de basura que la sociedad llama estadísticas. Mientras exista un hombre que sueñe y no tenga miedo a no despertar existirá una larga avenida que lleva a la ciudad de la orquídeas.



Cuentillo

Por Cef Vil

Antes de que se acabe un cigarro he de contaros el encuentro
impensable demorarnos, la boquilla es una mecha
y mi cabeza una bomba de tiempo

con el loco interesado meneábamos el cuento
disuelto en el caldero condimentado con las hormigas
del nerviosismo, revólveres de tuétano
y miasmas del hospicio

lo encontramos redactando y pasando el fósforo blanco

entre las manos de la percepción
un hombre cavernario tiene pasos de Odiseo
en su cueva renta los actos de Polifemo

este cuento atribuye la barbarie y salvajía
cuando frutas silvestres comía
lo reclutaron
en el día nuevo para una corporación
y lo llevaron a un show de ansiosa audiencia

de mono lo vistieron,
con corbata y de electro-shocks sombrero
para que no equivocara las sonrisas ni los ademanes

y lo compraron los alemanes para hacer experimentos
de la barba los vellos reciben tintes
y los cosméticos intravenosos
observad si los resiste

lógica le dieron en suero de Platón,
Trasimaco y Fedro

contuvieron su inanición

lo llevaron al Louvre
(Museo)
de lado a Rafaello
cuando con los dedos revolvió el ketchup
de la comida engrudo

y lo inmortalizaron los medios al levantar las manos
llorando (nadie podía entonces ya sollozar)
cuando recordando el bosque se suicidó

hagamos triste Réquiem de Inmolación
para el cavernario y el cigarro
que por nuestras bocas pereció

.C.



Dos techos

Por Cef Vil

“A veces, el frío de una vida solitaria es mejor que el hediondo calor de una muerte colectiva”

Anónimo

Llovía una vez y bajo dos techos, uno humilde y otro ostentoso se refugiaban respectivamente un monje budista y un obispo católico. A sazón, llegó una multitud que agobiada por el chubasco, buscaba algún recinto para guarecerse.

Al verlos, el monje hizo señas para que se aproximaran, el obispo por su parte a gritos proclamaba que se acercaran al “refugio de dios”. Indecisa se encontraba la horda, el monje delgado y humilde parecía no ocupar espacio en su cobertizo, habría más lugar para ellos, por otro lado, en el refugio del obispo quien era rechoncho y de alegre rostro, había un fogón encendido, una caja de vino para consagrar que les llamaba tentadora y no existía la pequeña gotera que el techo del monje ostentaba, pues el tejado se hallaba taponado y abigarrado de papeles, antiguos a la vista.

No lo pensaron más, la muchedumbre se adentró con júbilo al santuario obispal y en tumulto se apachurraban por acercarse al fuego. Al ver esto, el monje se encogió de hombros, sonrió y regresó a la meditación, entre carcajadas y alabanzas el obispo daba la bienvenida a los fieles y lanzábale indirectas sarcásticas al budista.

Cantaban y bebían a la salud del monje, enervados los feligreses y su pastor por el vino bienhechor que aleja la zarpa del frío del cuerpo, el obispo prescindía los brindis y al mismo tiempo, procuraba los ataques de arrepentimiento masivos al verse sumido en el exceso, duraría esto un rato.

Arreció la lluvia, con mil voces acariciaba ambos techos la helada insistencia, y en su cadencia regular y el susurro del viento austral, los refugiados tiritaban temerosos. El budista desenvolvió un manto naranja, sencillo pero abrigador y se envolvió como una oruga en capullo de primavera; aquellos, los fieles católicos, afiebrados por los elixires etílicos y los cánticos que subían de tono, se empujaban con vehemencia para quedar al centro de la multitud, donde se concentraba el calor y donde, curiosamente, el obispo se había colocado con prisa ansiosa.

Sucedió esto rápido, sin aviso y revuelto en confusión. Algunos feligreses, los más, fervorosos en salmos y oraciones, empujaron al unísono al colectivo hacia adelante, ejerciendo así presión directa sobre el obispo, cuyo cuerpo en medio de juramentos y gritos impropios saltó por los aires cual corcho de botella agitada, rebotando en el techo y aterrizando poco después en el brasero ardiente.

No habría sabido el monje de lo ocurrido, a no ser por los aullidos agónicos del infeliz párroco, envuelto en llamas e implorando inútilmente por ayuda a sus atolondrados feligreses quienes le miraban casi fascinados con el instinto asomando por los ojos, como un animal sorprendido por el fuego. Ya corría el budista, luchando con el manto que le ceñía hasta soltarse, a recoger el pequeño cubo lleno de agua que se encontraba bajo la gotera, cuando el obispo, lanzado poco antes por los fieles a la intemperie exhalaba su último aliento, extinguiéndose con lentitud bajo la lluvia y arrastrándose, cual si fuese un caracol de obsidiana aletargado.

Acongojado, y casi alterado miraba el monje a la muchedumbre, quienes austeros se observaban estúpidamente unos a otros sin saber, si correr cada uno por su cuenta y en que dirección o ignorar el hecho y continuar arremolinándose en torno al brasero, victimario de su finado protector.

Optarían por el pánico, moviéndose al unísono y sonando las cabezas en el choque continuo de cráneos y en violenta desesperación. Algunos, los más, tratando de salir al mismo tiempo del refugio, que angosto les quedaba por cierto, a empujones impulsaron una parte de la masa contra los pilotes posteriores del refugio, en los que varios fieles habrían quebrado sus cabezas al momento del impacto (quedando ensangrentados pero peculiarmente no heridos de gravedad), haciéndole vibrar y crujir amenazadoramente como la barriga de una fiera hambrienta.

Ya gritaba el monje, precauciones a los incautos, cuando en un segundo embate, los feligreses derribaron el pilote izquierdo de lleno, haciendo así que se partiese el derecho y que toda la estructura agotada por el peso inútil del techo, cubierto de Biblias y volantes de propaganda y por la idiotez de sus huéspedes, se desplomara en un sordo y hosco gemido, sobre sus cabezas, sumiéndoles en la tiniebla polvorienta de una muerte siniestramente hilarante.

El budista no rió, no incrédulo mas sí consternado, se apresuró a quitar escombros con prodigiosa agilidad, tratando de rescatar cualquier ser vivo que no hubiese expirado bajo la presión del techo y los demás cadáveres. No tendría suerte pues, asombrado veía como los sobrevivientes lejos de querer salir se aferraban a las manos muertas de sus compañeros, amigos y familiares besando con insana vehemencia los rostros deformes por las fracturas mientras negaban enloquecidos la existencia de su dios y su misericordia.

Enternecería esto al monje, quien respetando el duelo no lucharía contra la rigidez del abrazo final, a la vez sin comprender la necedad de los caídos y su desesperación por la “muerte”, que para él, según la enseñanza del Iluminado era tan solo la transición momentánea del alma a otra forma mortal. “Tantas lágrimas no restituirán ni los años que pudieron haber vivido después, ni la existencia, ya devuelta a la tierra, de sus congéneres”, pensaba el monje para sí.

Había amainado la tormenta, y con delicadeza, las flores sostenían sonrientes lo que el cielo embravecido habríales dejado en gotas pequeñas de agua, la fresca manifestación de una furia ya durmiente. El arco iris secular y majestuoso, exhalaba sus siete colores, plumas enjoyadas de un dragón pacífico y los árboles libres y rejuvenecidos se saludaban frotando sus hojas con el vaivén del viento de la tarde.

Se preguntaba el monje, ¿cómo se habría sostenido la orquídea más humilde y no el refugio supuestamente tan bien construido del obispo?, no encontraría la solución de inmediato, en cierto sentido, la hallaría en la meditación cierto tiempo después, sin embargo, ya no llovía, se acercaría al cubo y con una pequeña taza bebería lentamente un poco del agua pura venida del cielo, le agradecería al mismo por su benevolencia, colgaría su manto mojado en el cobertizo enterrando después el cuerpo del obispo y volvería a su tranquila existencia.

Allá en la Naturaleza todo pasaba, como si no hubiera sucedido nada.

.C.


¡¡¿¿POR QUÉ LE FESTEJAN??!!



-¡¿Dónde Estoy?!... ¡¿Por qué está tan oscuro?!... ¡¿Qué es todo ese ruido?!-pensaba, ¡Una luz!, ¡Debo salir de aquí!
Al salir se encontró rodeado por muchas personas que observaban y aplaudían desde una especie de gradas, se acerca un hombre hacia él.
-¡¿Qué quiere de mí?!... ¡¿Por qué se acerca?!- pensaba angustiado.
El hombre hizo una seña dirigiéndose a la multitud y aparece una “manta” roja en su mano.
-¡¿Qué piensa hacerme con esa cosa roja que mueve?! , ¡Me quiere atacar!... ¡NO LO PERMITIRÉ!- Entonces se lanza con la intención de golpear a la supuesta manta que el hombre movía para esquivar su ataque, a lo que la gente respondía con un grito unísono que decía: ¡¡¡¡OOOOLLEEEE!!!!
Y así fue durante varios minutos hasta que él se canso de defenderse y agotado se detiene para tomar un poco de aire; entonces el hombre se dirige su figura hacia la muchedumbre que le aplaude. ÉL pensó en aprovechar el momento para atacar pero no tenía fuerzas para hacerlo, mientras pensaba esto aparece una especie de sable detrás de la “manta” que el hombre levanta de forma amenazante.

-¡¿Qué piensa hacerme?!- Diciéndose mientras jadeaba debido al el enorme cansancio- ¡¡¡ESTÁS LOCO SI PIENSAS QUE ME DEJARÉ!!!-Intentó defenderse, pero sólo consiguió ser ensartado por ese sable que le causó un inmenso dolor, el más intenso de su vida.

-¡¡¡MALDITO!!!.. ¡¡¡NOOOOO!!!... ¡¡¡AYUDENME POR FAVOR!!!.. ¡¡¡NO VEN QUE ME ATACÓ!!!.. ¡¡¡POR QUÉ LE FESTEJAN!!!.. ¡¡¡DIOS MIO!!!.. ¡¡¡NNNOOOOOO!!!.. ¡¡¡ME MUEROOOO!!!
Fue lo último que dijo sin recibir alguna respuesta y comenzó a desvanecerse pensando en que moriría pero, escucha una voz a lo lejos que le dice:

-Son las 9 mi amor… ¡Ya es hora! ¡Levántate o se te hace tarde para ir a la plaza!- El hombre despierta confundido y todavía asustado y decía:

-Fue un sueño… todo fue un sueño… Dios… ¡Que horrible!
-Tu traje está es el closet mi cielo- decía una dulce voz.

Consternado, el hombre se dirige al closet y lo abre lentamente, adentro; estaba “un traje de luces” junto con su sombrero y zapatos típicos de un torero.

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