jueves, 20 de marzo de 2008

Los locos, ¿están extintos?

Hoy entre tristeza e ironía me plantee la pregunta ¿estarán extintos los locos?, luego modificándola un poco dije ¿estaremos los locos extintos? Y cuestioné a mi pareja sobre la paulatina desaparición de esta subespecie humana, la mutación natural y heredada malinterpretada por los cobardes como una degeneración, cuando en realidad es aquello que ha mantenido el equilibrio en nuestro mundo cada vez más cuerdo y mecánico.

Loco estaba Van Gogh y revolucionó la técnica pictórica adelantándose décadas a sus contemporáneos, un demente fue Kafka cuyo genio depresivo ilustró con letras el estado decadente de una psique amordazada en convencionalismos laborales, prediciendo los efectos dañinos del obsesivo mundo “productivo”. El insano Buda expresó la verdad del humanismo hace milenios y el loquísimo E.T.A. Hoffman visualizó los principios teóricos del androide en su cuento “El Hombre de Arena” allá en el siglo XVIII.

Los artistas y visionarios fueron todos tocados cuyo cerebro inquieto se creía estaba poseído por demonios o desvariando en patologías que debían curarse con choques eléctricos, exorcismos y lobotomías. Porque estar loco no es volverse un ser babeante e infértil, ninguna consideración es más errada y lejana a la verdad que compadecer a quien está en un contacto permanente y profundo con su mente. Ingresar en la locura significa desgarrar una membrana cegadora de posibilidades existenciales estrechas, es el paso decisivo hacia la iluminación cognitiva por medio de la visión del chakra Ajna, vértice extracorpóreo del conocimiento infinito.

Pero, ¿dónde han quedado los locos? Cada día la humanidad se homogeneiza en un solo cuerpo que aspira una supuesta perfección en la concordia mental, pasiva y poco especulativa. Se pierden aquellos puntos de colores extravagantes que son los dementes, bajo un falso barniz de cordura obligada. Si uno presenta rasgos ezquizoides, se le recetan medicamentos que controlen las alucinaciones, obstruyendo aquel tercer ojo “tan nocivo”, si la paranoia nos obliga a preguntarnos sobre lo que existe bajo las apariencias de seguridad y estabilidad, la terapia tranquiliza al enfermo asegurándole que el mundo es de tal o cual forma, declara sus preocupaciones como puras falsedades.

Exageraciones dicen todos, trascendencia digo yo. Ansias de trascender tienen los locos, un impulso de saltar a precipicios sensuales que responden con fuerza cualquier pregunta, ansias de vivir más allá de lo casi-consciente, ocupar un asiento contemplativo en el espectáculo boreal de los sueños.

Y ahora, tras horas de haber planteado esa pregunta, siento el hormigueo del arrepentimiento, pues aún existen locos en el planeta. Tomé un taxi a las 11 p.m. esperando un tranquilo viaje de regreso a casa y sin augurar alguna sorpresa nocturna indiqué mi destino al taxista, un viejo en apariencia común. Tras frases de cortesía el hombre me preguntó si había visto alguna vez las luces del cielo. Explicó que estas se observan nítidas, como rayos láser al caer la noche, seccionan el firmamento rivalizando con la intensidad de las estrellas.

Miré con prejuicio incrédulo a las nubes azulosas sin ver nada. El hombre seguía describiendo los fenómenos luminiscentes con ahínco, mientras que yo me esforzaba por pensar algún tema que desviase la conversación hacia algo más común, o si se quiere decir “manejable”. No obstante me intrigó su vehemencia y traté de conocer su teoría del porqué de aquello.

El sujeto rió, con un tono decepcionado en la voz dijo que muchos lo consideraban “loco” por lo que veía, pero que su interés, su pasión por el espacio evitaba que esos calificativos lo perturbasen. Llegando a la puerta de mi casa apagó el taxi y descendiendo me invitó a observar aquellas luces curiosas que formaban ya una red encima de nuestras cabezas. Él en verdad las veía, describía su trayectoria entre la luminosidad de Júpiter, Venus y Marte, cuya posición planetaria especificó con exactitud.

Tras esto creí percibir un débil haz de luz que pasó junto a la Luna despareciendo rápidamente. Al notar mi sorpresa el viejo rió de nuevo, confirmó sus teorías explicando que los cambios atmosféricos producidos por el calentamiento global magnificaban la presencia de las luces. La muerte de los glaciares, decía, modificó la visibilidad. Me contó que durante los furiosos vientos que flagelaron la ciudad hace unos días, él había presenciado una agitación celestial considerable. “Parecía el fin del mundo” aseguró temeroso, “todo por el calentamiento global”.

Conversamos por espacio de media hora sobre las luces, las constelaciones, vida fuera de la Tierra, el origen de los organismos primordiales en el mar ancestral y el terrible poder de los hoyos negros. Tocamos el tópico de las auroras boreales y australes, concluyendo que la belleza del cosmos es infinita y tristemente muy lejana a nosotros.

Bajo la irradiación lunar vi a aquel hombre con la vista fija en el espacio. Un tipo alto, delgadísimo, de piel levemente morena y una sonrisa amplia bajo el bigote de estropajo, más abierta aún por el ensueño que por la falta de algunos dientes frontales. Y la luz universal rellenaba las arrugas de sus mejillas y toscas manos, rejuveneciéndolo, arrastrándolo poco a poco hacia aquella otra dimensión donde su mente lo esperaba anhelante de conversar.

“Mi vieja me dice estás loco” remedó volviendo su voz chillona, “pero nada más tiene miedo y cuando los de las naves sintieron su miedo, la hicieron ver como una estrella y se fueron muy rápido”, solo pude reír, asintiendo, porque es el miedo lo que nos aleja de imaginar las curiosidades escondidas en la lejanía espacial. Al ver la hora me preguntó cuánto creía era el pago justo por el transporte, le pagué lo acostumbrado, pero antes de tomar el dinero habló sobre los inmortales antiguos, Zeus y Andrómeda, quienes a su parecer existen, pero están hechos de estrellas. Alzó la mano al cielo, indicaba la posición de otras constelaciones como “los ojos de la virgen” y “los tres reyes magos”.

Me despedí de Armando “El Caballo”, como dijo llamarse, con un apretón de manos y ambos manifestamos el deseo de charlar de nuevo. Cerró la puerta de su auto, cerré la puerta de mi casa, me senté a escribir esto que leen, intrigado por el encuentro.

Una reunión por demás de remarcable, pues un taxista, individuo considerado por defecto como ignorante, maleducado y estúpido, mostró ser un ente magníficamente bizarro. Un hombre amante del sol por su efecto nutritivo en el cuerpo a la vez filósofo estelar, asiduo a la astronomía que no descarta las posibilidades fabulosas que predica la ciencia ficción.

A pesar de algunas confusiones termodinámicas y alusiones poco probables a cómo nuestro diminuto sol algún día mutará en un hoyo negro, Armado manifiesta un grado de inteligencia esencial bien desarrollado: la curiosidad. Basta decir que es curioso un individuo capaz de atreverse a crear su propia mitología y teorías siderales sin instrucción científica o tras haber hojeado unos cuantos libros de Ray Bradbury.

Para él la restricción económica o el prestigio social no importa cuando de especular se trata, sin embargo manifiesta una profunda tristeza al no poder llegar “hasta allá arriba”. Sin darse cuenta de que ya reside allí.

Allá arriba… para mí es aquí adentro, en mi cráneo, el espacio balanceado entre mis neuronas donde germina el arte y la violenta marejada del pensar, entre las reacciones químicas encefálicas burbujea la demencia, el don que me hermana con ese loco taxista de cuántica mentalidad.

Quizás no queden muchos locos sueltos por ahí. Seremos unos cuantos los que rechazando la prudencia, el buen juicio (prejuicio), nos dediquemos a labrar el éter en la faena que se cree es la más inútil. El arte, de escribir, de soñar, de preocuparse en exceso, de reír sin motivos cuando se camina por una calle transitada, ejerciendo el derecho a ser un paria bullicioso al vivir. Quizás los locos no se están extinguiendo (no nos estamos digo), están evolucionando y camuflándose, en ropas de taxista o cajera de supermercado, atesorando fuegos artificiales mentales con que zarandear el gris prepotente de la modesta urbanidad.

Estamos esperando el día cuando la seguridad de los cuerdos se quiebre y haya paso sin obstáculos para reclamar este planeta, que es sin más, una loca obra que brotó hace millones de años del Maniático Universo.

Para el Gato Clonado

.C.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Juno o la Inteligentsia Actual

Usualmente no escribo críticas fílmicas, hasta ahora no me he aventurado en el terreno analítico del celuloide, pues carezco de instrucción técnica en cuanto a fotografía o lenguaje cinematográfico. Si por algún motivo decidiese dedicar mi tiempo a escribir críticas de cine, me remitiría a observar el trabajo de directores como Stanley Kubrick o Akira Kurosawa. Hombres dedicados a estilizar y nutrir el séptimo arte, no consagrados a las ganancias ni al éxito global, si bien lo consiguieron por la original maestría que manifestaron al mundo a través de la pantalla.

Jamás escribiría un estudio sobre una obra mediocre como “Juno”, contradicción monumental en la industria, al grado de ganar el Óscar 2008 a mejor guión, cuando evidentemente esa es la parte más débil e insulsa, por no decir antiestética, grotesca del film.

Hago una excepción en este comentario, debido a la trascendencia que considero ostenta “Juno”, no como un producto de arte, o bien entretenimiento, sino como el testimonio que su construcción simbólica y argumento expone. Representa un engrane importante en la maquinaria ideológica operada por los países y empresas en el primer mundo. Quien habla del cine como un esparcimiento, una oportunidad de socializar, pasar un buen rato observando un conjunto de escenas fugaces, incluso olvidables, se miente a sí mismo.

Tal comentario evidencia la grave falta de consideración proyectada ante el mensaje de una película. Se cree que la ficción es lo inexistente, cuando evoca pertinazmente no lo imposible sino lo que puede ser. Bajo la luz, los efectos especiales y actuaciones se deslizan alegorías concientes de visiones individuales, compuestas a su vez de pensamientos concisos sobre asuntos existenciales que concerniendo al espectador, influenciando sutilmente su criterio. Cada filme denuncia una realidad particular, extraída del mundo circundante.

A la sazón puede citarse el impacto que James Dean provocó en la vestimenta juvenil de los años 50’s, al establecer un estereotipo en “Rebelde sin causa”. Película a la vez inspirada en el “El Salvaje”, donde Marlon Brando entallado en pantalón de mezclilla y chaqueta de cuero, lideraba un grupo de jóvenes motociclistas. Basta decir que el celuloide puede equipararse a la celulosa, pues una película es una influencia tan poderosa como un libro.

Por ello es pertinente diseccionar la propuesta de “Juno”, presentada como ideal cierto y aceptable, como la orden directa que hemos de acatar desde la segunda oficina gubernamental suprema de EE.UU.: Hollywood.

Se asume, considerando las impecables críticas e iluminadoras descripciones que venden la cinta, que “Juno” retrata la vida y peripecias de una adolescente cuya inteligencia supera a la de sus coetáneos, dotada de agudeza crítica, amplio vocabulario además de un breviario cultural que avergonzaría a pedantes y pomposos intelectuales como Goethe o el tal Albert Camus.

Es ella una iluminada cuyo embarazo no deseado acentúa el nihilismo heroico que la mantiene en una lucha constante contra la mediocridad y el colectivismo, mientras en poética (o incomprensible) manera duplica las conductas más significativas de estos vicios modernos, como la indecisión y el desdén.

El caudal de sus conocimientos se ve modestamente resumido en menciones a filmes gore de Dario Argento, profundas frases de programas televisivos y películas clasificación “B”, contando otras cultas joyas, desde metáforas para denominar partes sexuales, que no se confunda por favor con los antiestéticos albures, hasta un amplio entendimiento en marcas de guitarras, sin mencionar un refinadísimo gusto por las historietas. Otras dotes sapientes se omitieron, aparentemente, del guión con el fin de no acomplejar al espectador ignorante promedio.

Juno acota siempre en un sarcasmo tan refinado, que solamente puede percibirse por oídos profanos como un tonillo de voz similar a un constante y penoso pujido, utilizado también por otros eruditos, sean conductores de programas en MTV, artistas juveniles, o prodigios de la música pop. Esta delicada inflexión vocal, tonta e injustamente se puede confundir con defectos del habla y daño cerebral severo.

No se puede describir íntegramente a esta nueva Atenea sin hacer mención de su distintiva capacidad crítica. Con tan solo escuchar el apellido de una persona, puede identificar la ascendencia e incluso vocalizar el acento de su país natal. Y esto no se interprete como velada xenofobia distintivo de la llamada “basura blanca”, no, es tan solo una de sus tantas capacidades asombrosas. Entre ellas sobresale el valor de Juno al caminar siempre contracorriente a través de los ojos juiciosos y empujones de los ignorantes, un ideal tan profundo que fue utilizado en numerosas ocasiones por los realizadores, quienes se vieron gustosos de repetir y repetir tomas con tal de alargar la duración de esta epopeya fílmica.

Dejando de lado la descarada parodia estética a “Little Miss Sunshine” amasada con la misantropía de “Daria” y sin decir que la película en cuestión es puramente otro bocado de excremento, metido a fuerza de mercadotecnia en millones de bocas con gusto atrofiado, afirmo que posee una importancia conceptual que la vuelve “interesante”. Claro está como interesante es el estudio de los cánceres y el coprolito.

Juno encarna a la perfección el ser inteligente y espontáneo que todo adolescente aspira ser. Pero es una meta reservada solamente para aquellos dispuestos a pasar al menos diez años de su vida observando 24 horas continuas de televisión por cable, practicar el juego de la asfixia hasta no poder manipular un picaporte sin ayuda, olvidar el molesto convencionalismo de reservar su agenda urinaria para sí y embarazarse lo más pronto posible, o considérese preñar a alguien en caso de ser macho.

Por otro lado personifica lo que muchos jóvenes actualmente ignoran ser: un torpe estereotipo carente de ideales, cuya identificación es un tanto ambigua pues se compone de resquicios populares de los años 80’s y 90’s. Su imagen procura la falsa seguridad propia, una nula introspección, la habladuría incoherente disfrazada de opinión mas exenta de mirada crítica genuina. Esta última atenuada tan solo por el efecto del consumo y el sostén inerte del borreguismo. Súmese a eso un comportamiento sexual irresponsable, una pizca de moda “emo” y Juno ya no es tan única ni especial.

Pero valientemente la obra es defendida por sus devotos como un filme inteligente, de los que ya no hay. Juno, dicen, es un relámpago de película con guión tan rápido que debe ser ingenioso y tan fluido que utiliza innumerables clichés para agilizar el diálogo, además regala al mundo un mensaje de optimismo ante una existencia decadente por consentimiento. Los críticos “profesionales” están a punto de asegurar que ni David Lynch pudo haber escrito un mejor guión. Lo cierto es que el creador de “Eraserhead” no podría soñar con un personaje tan triste como un imbécil pretensioso y superficial que cree tenazmente en su sabiduría, jamás sería capaz de materializar tanta ruina como este espantoso retrato de la vida juvenil que es “Juno”.

Tienen algo de razón en su defensa los numerosos fanáticos “junianos”, también la Academia Cinematográfica acertó grandemente al otorgarle el Óscar al mejor guión, aunque erró un tanto en la categoría. Quizás un antropólogo coincidiría conmigo en que esta película es la imagen detallada de lo que hoy en día se considera como “inteligente”. Bajo este concepto “Juno” es un producto valioso de realismo, es un documental.

Pensemos por un momento en cómo se determina la inteligencia de un ser humano hoy en día. Tomando por precepto el éxito externo, no el de los actores de televisión y cine quienes aún para las masas son completos imbéciles, sea pues el de quienes sobresalen por acciones mentales más que por el físico. En esta medida encontramos cualidades específicas que denotan la aparentemente superior cognición del individuo.

Se consideran inteligentes quienes ostentan: la capacidad de encubrir algún acto desfavorable con estafas y fraudes intrincados, la lengua más larga de preferencia más rápida que el pensamiento, dotes para insultar agriamente hasta que el prójimo pierda toda autoestima, profesionalismo en el chantaje o manipulación y el liderazgo, o bien el arte de liderar a un rebaño hacia precipicios para cumplir un objetivo personal. Enmarcando todo en una bonita fachada de confianza, construida con el recurso retórico de interrumpir comentarios ajenos con un volumen de voz excesivo y un empuje violento que tiene el fin de apabullar o aburrir al contrario, reduciéndolo al silencio, para quedar como el perenne “ganador”.

Por ello es que hoy en día la inteligentsia se compone de cínicos reporteros, mentirosos refinados a sueldo en puestos gubernamentales, pedestres comediantes cuya vulgaridad relampagueante esconde sinsentidos, pasando por infames líderes políticos, empresarios explotadores embutidos en trajes “que ya quisiéramos”, algunos “eruditos” de morbosa obra lúbrica (léase José Agustín) y una multitud de adolescentes gritones, soeces, violentos pero dotados de la divina capacidad para operar un ordenador y hasta crear un fotolog.

Atrás quedaron los anticuados murciélagos de biblioteca que pregonaban el uso de la conciencia y la literatura, no más de esos poetas sensibleros amanerados y altaneros, la élite culta se ha liberado de los filósofos defensores del obsoleto dogma de la “dignidad humana”.

Esas cualidades refleja el personaje de Juno, hija de una ex-bailarina desnudista, hoy talentosa guionista, y del patrocinio evidente de los confites Tic-Tac.

A pesar de todo, la capacidad intelectual superior de Juno resulta ser otra estúpida y evidente mentira si se contrasta con algo de racionalismo y con el acertado axioma de Papini que denuncia como neciamente se confunde el anómalo genio con el habitual ingenio, propio de los seres con la boca más grande que la cavidad craneana. Cabe mencionar que en este mundo si algo es creído por las masas y respaldado por las corporaciones se considera como cierto, y la subjetividad de la inteligencia se mide contrastando la profundidad de la estupidez que la circunda.

En tierra de las lobotomías el embólico es rey. Juno es pues un dantesco vistazo al criterio de la masa, es la endeble justificación del ideal resignado de las clases sociales bajas satisfechas de seguir bajo el zapato burgués con tal de mantener un vulgar orgullo a manera de refugio para su falta de voluntad. Justifica el declive juvenil estableciendo su máxima aspiración, única opción al materialismo, como la trivialidad, la filosofía de la televisión y la bella moraleja de que finalmente todo en la vida puede arreglarse, con algo de optimismo y amor. Esto incluye embarazos no deseados, problemas depresivos, vulgaridad compulsiva, xenofobia y mediocridad obligada.

Pero lo más espeluznante que demuestra esta película-documental de las deformaciones en los juicios populares, no es que una adolescente desaseada, pretenciosa y amante del cine violento sea el icono de la inteligencia moderna. El horror inicia cuando se llega a la conclusión de que, si Juno es considerada inteligente en esta dimensión… ¿cómo serán los genuinos idiotas que la colocan en tal posición?

Para el Gato Clonado

.C.

viernes, 7 de marzo de 2008

La verdad proclamada por el Gato Clonado


Vamos a dejar algo en claro, cuando digo verdad, no evoco el significado tiránico de un precepto absoluto, incuestionable y sobrenatural. Tampoco propongo un comentario endeble, susceptible a ser modificado al antojo de las situaciones, no me refiero a un sofisma vendible y relativista que propone tibiezas y que finalmente, a pesar de su inviabilidad, puedo defender con estúpida necedad por ser “mi verdad”.

Cuando digo verdad, estimado lector, expongo un término acertado para describir un concepto comprobado y fuera del alcance de la subjetividad humana, el mero resultado de un fenómeno físico. Para que mi reflexión, sustentada en lo observable, sea la redundancia de la certeza que a continuación se presenta. Un suceso que, siendo científico, denuncia a la vez una posibilidad de sacudirse de encima un apotegma erróneo, alimentado por siglos de vanidad ciega.

Si hay pasatiempos que mantienen la mente del homo-sapiens ensimismada y contemplativa, estos son la ciencia y el mito. Aparentemente estas nociones contradictorias, que han pretendido aniquilarse mutuamente, tienen la romántica tendencia de perseguirse, hasta que, unidos por la volátil imaginación de nuestra especie, consiguen amalgamarse en un punto donde separarlos es imposible. La cirugía plástica, por ejemplo, es un procedimiento puramente físico que conmemora la trascendencia del mito denominado “belleza”, lo nutre, lo fortalece. Verdaderamente puede decirse cómo el acto de filmar en celuloide puntos de luz configurados caprichosamente en un escenario, consigue maravillarnos al materializar leyendas, visiones del futuro e incluso sueños.

Pero existe un procedimiento, donde esta mezcla casi alquímica engendra la fascinación morbosa de la ambición. Ser capaces de poseer la copia idéntica de un algo vivo, confiere la posibilidad de avances científicos, pero poseer la copia de uno mismo sugiere la invitación tentadora de la inmortalidad. ¡La clonación es pues utópica ambrosía que nos permite, como humanos, aspirar al trono de las deidades, vislumbrar desde las nubes la sabiduría completa del mundo que está a nuestros pies!

Por desgracia, como los dioses y la sabiduría completa, la clonación posee el pequeño inconveniente de no ser ni absoluta ni perfecta. Desde un punto de vista nihilista ni siquiera se puede hablar de igualdad completa. Así que, cuando el magnate despierte de un sueño criogénico dentro de su nuevo cuerpo rejuvenecido, se encontrará con la fatídica sorpresa de carecer de las mismas memorias, no seguir su ideología exacta del pasado y hasta encontrar un rostro distinto ante el espejo.

En despecho del extremismo, manifestado por algunos entusiastas de ciencia ficción o ficción en la ciencia, nada garantiza que Martin Luther King vuelva a las marchas colectivas o Freddie Mercury resucite cantando, si como mexicanos esperamos que reviviendo a Lázaro Cárdenas vuelvan las expropiaciones de nuestros recursos, nos decepcionaremos.

Se preguntarán algunos, si la clonación consiste en la replicación de un ser vivo a partir de su material genético primordial, pues esa es la idea, utópicamente hablando. Mejor dicho clonar significa recrear el proceso de nacimiento biológico pero no fotocopiar. La muestra perfecta de esto es la pequeña gata Cc, un felino clonado en Texas en el año 2001.

La criatura en cuestión, “gemela” de la gata Rainbow, es notablemente diferente en cuanto a fisonomía, hábitos y personalidad. Esto se explica porque el ADN utilizado, siguiendo el proceso natural de crecimiento, reconfiguró las células conforme crecía el organismo, volviéndolo único en muchas características, como todos los seres vivos. Para no entrar en particularidades genéticas-bio-moleculares, diré en simples términos, que no todo gato clonado sale pardo.

El revuelo causado por este resultado que desmintió el ideal humano de convertirse en creador, extrañamente fue mucho menor al desatado por el anuncio, un año después, por parte de la empresa Clonaid. Los inmodestos científicos pregonaron el éxito del homo sapiens sobre la Naturaleza, denunciando la supuesta existencia de un clon humano como el último paso hacia la cúspide médica y evolutiva. Hoy, seis años después, la susodicha copia perfecta no ha salido a la luz, pero Cc ya tuvo una camada de gatitos, eso sí, por medios naturales.

Interpreto la ausencia de impacto en la noticia del Gato Clonado, como una sutil vergüenza por parte de la humanidad. Esa clase de pena que surge cuando uno fanfarronea sobre sus habilidades, y es desmentido de tajo al surgir resultados adversos, no previstos. No existe la perfección.

Entra así, en el juego cósmico la palabra verdad, queda demostrado que no somos ni creadores ni seremos inmortales. Esta sinceridad biológica nos muestra la posición de imitadores, y fatuos oportunistas que ocupamos sobre la Tierra. Otra especie que sobrevive al lado de cucarachas, ratas, perros, gatos y árboles. Por medio de la demostración científica y realista, es evidente lo absurdo de creer que hemos superado los procesos propios de la evolución, lo estúpido de alzar el rostro al cielo contaminado esperando ver señales divinas que nos alcen al Olimpo mientras la belleza de la vida agoniza por el embate de nuestra mano imprudente e infértil. Delimita la escala de nuestras capacidades y nuestra amplia incapacidad.

Si el dios cristiano tenía su cordero, La Naturaleza tiene su gato. Esta bestia que sin necesidad de palabras o profecías, vino a desplomar el dogma de la superioridad humana y su principal pilar: el igualismo. No podemos, para cuita del respeto a la libertad de cultos, evocar esta corriente sin referirnos la doctrina judeo-cristiana. Desde el viejo testamento la deidad llamada Yahvé colocó a su engendro favorito, el hombre, por encima de los mamíferos, reptiles, anfibios, moluscos, cetáceos, aves y todo ser vivo que convenientemente categorizó con el nombre de “las criaturas que reptan”, donde no incluía (OH curiosidad biológica) los marsupiales y especies endémicas de continentes no explorados antes del siglo XV.

Evidentemente la entidad sugirió al hombre su derecho a utilizar cualquier forma de vida inferior como considerase mejor, esto incluyendo a sus propias mujeres y otros humanos que difiriesen en cultos, costumbres e ideologías. Aquí empezó a surgir el igualismo, filosofía impositora del dogma ridículo que denuncia a todos los peces, iguales, todos los gatos, iguales, acacias, robles iguales, todos los cerdos iguales entre sí. Sin ninguna distinción relevante se simplifica el pensamiento violento, y la crueldad es validada como proceder justo, en derecho de la hermosa pluralidad que solamente el hombre ostenta en la Tierra.

El Gato Clonado inhabilita el igualismo al ser una evidencia física, comprobada y manifiesta de cómo existe una voluntad inherente a cada organismo, incluso a nivel molecular, una identidad que si bien no se engalana con modas, intolerancia y edificaciones superfluas, varía en infinitas combinaciones de personalidad. Hasta donde la mente racional funciona, una demostración tangible es más confiable que un dogma, en el plano científico al no poder falsearse, la primera es aún más convincente, pues la fe puede ser retorcida y retocada a capricho de sus asiduos, volviéndose inútil y dudosa.

Aunque se enojen los empresarios, se sulfuren los párrocos y despotriquen los necios antropocentristas, la cualidad de únicos, esta sutil asimetría natural, confiere automáticamente el respeto a los seres vivos, que ya de por sí es inviolable dada su expresión de Vida. El irracional antropocentrismo, desecho tóxico, para variar de las religiones, no puede considerarse lógico, pues ni el hombre es el único digno de vivir ni de nosotros depende el ciclo del Universo.

Si hemos sometido el planeta, al grado de secuestrarlo, amenazando con esterilizarlo con la guerra nuclear y el consumo atrabancado, no es por derecho divino o poder heredado. Esto obedece la ignominiosa pereza en que hemos caído, donde los pulgares, estos maravillosos instrumentos evolutivos, nada más nos sirven para manipular un control remoto y amartillar un arma de fuego. Una colosal ignorancia reforzada por los remaches de la soberbia temerosa de no ser “lo mejor de lo mejor” que siendo obedecida nos aproxima a ser lo peor de lo peor, que pisa el planeta.

Porque nada es igual en este mundo, la verdad proclamada por el Gato Clonado es distinta de otras “verdades” aseguradas con plomo y sangre, pues no amerita ni condona una restricción a las posibilidades de pensamiento libre. Es simplemente la ilustración natural de que la humanidad ha errado la percepción sobre su entorno y hermanos, cuadrúpedos, bípedos, cefalópodos o vegetales, poseedores de una clara dignidad, del único derecho que garantiza la supervivencia armoniosa de cualquier sistema: el de ser respetado y considerado como singular.

Como defensor de esta verdad, una de las pocas certidumbres en este mundo relativo a conveniencia, la expongo a ustedes como una invitación a la cordialidad biocentrista. A enriquecer perspectivas filosóficas, realistas o espirituales si lo desean, pues apreciar la individualidad de cada ser es dilatar el concepto de la belleza, despertar de este coma estereotípico de ignorancia. Es la liberación de una rutina idiota de violentar sin excusa, de aceptar el asesinato y tortura porque se supone es correcto. Finalmente el Gato Clonado disipa la injustificable vanidad humana, recuerda la fragilidad de una convicción totalitaria que ante cualquier sacudida del paradójico orden biológico, no puede mas que derrumbarse mostrando que en verdad siempre ha sido una triste, pueril mentira.

Para el Gato Clonado

.C.