viernes, 7 de marzo de 2008

La verdad proclamada por el Gato Clonado


Vamos a dejar algo en claro, cuando digo verdad, no evoco el significado tiránico de un precepto absoluto, incuestionable y sobrenatural. Tampoco propongo un comentario endeble, susceptible a ser modificado al antojo de las situaciones, no me refiero a un sofisma vendible y relativista que propone tibiezas y que finalmente, a pesar de su inviabilidad, puedo defender con estúpida necedad por ser “mi verdad”.

Cuando digo verdad, estimado lector, expongo un término acertado para describir un concepto comprobado y fuera del alcance de la subjetividad humana, el mero resultado de un fenómeno físico. Para que mi reflexión, sustentada en lo observable, sea la redundancia de la certeza que a continuación se presenta. Un suceso que, siendo científico, denuncia a la vez una posibilidad de sacudirse de encima un apotegma erróneo, alimentado por siglos de vanidad ciega.

Si hay pasatiempos que mantienen la mente del homo-sapiens ensimismada y contemplativa, estos son la ciencia y el mito. Aparentemente estas nociones contradictorias, que han pretendido aniquilarse mutuamente, tienen la romántica tendencia de perseguirse, hasta que, unidos por la volátil imaginación de nuestra especie, consiguen amalgamarse en un punto donde separarlos es imposible. La cirugía plástica, por ejemplo, es un procedimiento puramente físico que conmemora la trascendencia del mito denominado “belleza”, lo nutre, lo fortalece. Verdaderamente puede decirse cómo el acto de filmar en celuloide puntos de luz configurados caprichosamente en un escenario, consigue maravillarnos al materializar leyendas, visiones del futuro e incluso sueños.

Pero existe un procedimiento, donde esta mezcla casi alquímica engendra la fascinación morbosa de la ambición. Ser capaces de poseer la copia idéntica de un algo vivo, confiere la posibilidad de avances científicos, pero poseer la copia de uno mismo sugiere la invitación tentadora de la inmortalidad. ¡La clonación es pues utópica ambrosía que nos permite, como humanos, aspirar al trono de las deidades, vislumbrar desde las nubes la sabiduría completa del mundo que está a nuestros pies!

Por desgracia, como los dioses y la sabiduría completa, la clonación posee el pequeño inconveniente de no ser ni absoluta ni perfecta. Desde un punto de vista nihilista ni siquiera se puede hablar de igualdad completa. Así que, cuando el magnate despierte de un sueño criogénico dentro de su nuevo cuerpo rejuvenecido, se encontrará con la fatídica sorpresa de carecer de las mismas memorias, no seguir su ideología exacta del pasado y hasta encontrar un rostro distinto ante el espejo.

En despecho del extremismo, manifestado por algunos entusiastas de ciencia ficción o ficción en la ciencia, nada garantiza que Martin Luther King vuelva a las marchas colectivas o Freddie Mercury resucite cantando, si como mexicanos esperamos que reviviendo a Lázaro Cárdenas vuelvan las expropiaciones de nuestros recursos, nos decepcionaremos.

Se preguntarán algunos, si la clonación consiste en la replicación de un ser vivo a partir de su material genético primordial, pues esa es la idea, utópicamente hablando. Mejor dicho clonar significa recrear el proceso de nacimiento biológico pero no fotocopiar. La muestra perfecta de esto es la pequeña gata Cc, un felino clonado en Texas en el año 2001.

La criatura en cuestión, “gemela” de la gata Rainbow, es notablemente diferente en cuanto a fisonomía, hábitos y personalidad. Esto se explica porque el ADN utilizado, siguiendo el proceso natural de crecimiento, reconfiguró las células conforme crecía el organismo, volviéndolo único en muchas características, como todos los seres vivos. Para no entrar en particularidades genéticas-bio-moleculares, diré en simples términos, que no todo gato clonado sale pardo.

El revuelo causado por este resultado que desmintió el ideal humano de convertirse en creador, extrañamente fue mucho menor al desatado por el anuncio, un año después, por parte de la empresa Clonaid. Los inmodestos científicos pregonaron el éxito del homo sapiens sobre la Naturaleza, denunciando la supuesta existencia de un clon humano como el último paso hacia la cúspide médica y evolutiva. Hoy, seis años después, la susodicha copia perfecta no ha salido a la luz, pero Cc ya tuvo una camada de gatitos, eso sí, por medios naturales.

Interpreto la ausencia de impacto en la noticia del Gato Clonado, como una sutil vergüenza por parte de la humanidad. Esa clase de pena que surge cuando uno fanfarronea sobre sus habilidades, y es desmentido de tajo al surgir resultados adversos, no previstos. No existe la perfección.

Entra así, en el juego cósmico la palabra verdad, queda demostrado que no somos ni creadores ni seremos inmortales. Esta sinceridad biológica nos muestra la posición de imitadores, y fatuos oportunistas que ocupamos sobre la Tierra. Otra especie que sobrevive al lado de cucarachas, ratas, perros, gatos y árboles. Por medio de la demostración científica y realista, es evidente lo absurdo de creer que hemos superado los procesos propios de la evolución, lo estúpido de alzar el rostro al cielo contaminado esperando ver señales divinas que nos alcen al Olimpo mientras la belleza de la vida agoniza por el embate de nuestra mano imprudente e infértil. Delimita la escala de nuestras capacidades y nuestra amplia incapacidad.

Si el dios cristiano tenía su cordero, La Naturaleza tiene su gato. Esta bestia que sin necesidad de palabras o profecías, vino a desplomar el dogma de la superioridad humana y su principal pilar: el igualismo. No podemos, para cuita del respeto a la libertad de cultos, evocar esta corriente sin referirnos la doctrina judeo-cristiana. Desde el viejo testamento la deidad llamada Yahvé colocó a su engendro favorito, el hombre, por encima de los mamíferos, reptiles, anfibios, moluscos, cetáceos, aves y todo ser vivo que convenientemente categorizó con el nombre de “las criaturas que reptan”, donde no incluía (OH curiosidad biológica) los marsupiales y especies endémicas de continentes no explorados antes del siglo XV.

Evidentemente la entidad sugirió al hombre su derecho a utilizar cualquier forma de vida inferior como considerase mejor, esto incluyendo a sus propias mujeres y otros humanos que difiriesen en cultos, costumbres e ideologías. Aquí empezó a surgir el igualismo, filosofía impositora del dogma ridículo que denuncia a todos los peces, iguales, todos los gatos, iguales, acacias, robles iguales, todos los cerdos iguales entre sí. Sin ninguna distinción relevante se simplifica el pensamiento violento, y la crueldad es validada como proceder justo, en derecho de la hermosa pluralidad que solamente el hombre ostenta en la Tierra.

El Gato Clonado inhabilita el igualismo al ser una evidencia física, comprobada y manifiesta de cómo existe una voluntad inherente a cada organismo, incluso a nivel molecular, una identidad que si bien no se engalana con modas, intolerancia y edificaciones superfluas, varía en infinitas combinaciones de personalidad. Hasta donde la mente racional funciona, una demostración tangible es más confiable que un dogma, en el plano científico al no poder falsearse, la primera es aún más convincente, pues la fe puede ser retorcida y retocada a capricho de sus asiduos, volviéndose inútil y dudosa.

Aunque se enojen los empresarios, se sulfuren los párrocos y despotriquen los necios antropocentristas, la cualidad de únicos, esta sutil asimetría natural, confiere automáticamente el respeto a los seres vivos, que ya de por sí es inviolable dada su expresión de Vida. El irracional antropocentrismo, desecho tóxico, para variar de las religiones, no puede considerarse lógico, pues ni el hombre es el único digno de vivir ni de nosotros depende el ciclo del Universo.

Si hemos sometido el planeta, al grado de secuestrarlo, amenazando con esterilizarlo con la guerra nuclear y el consumo atrabancado, no es por derecho divino o poder heredado. Esto obedece la ignominiosa pereza en que hemos caído, donde los pulgares, estos maravillosos instrumentos evolutivos, nada más nos sirven para manipular un control remoto y amartillar un arma de fuego. Una colosal ignorancia reforzada por los remaches de la soberbia temerosa de no ser “lo mejor de lo mejor” que siendo obedecida nos aproxima a ser lo peor de lo peor, que pisa el planeta.

Porque nada es igual en este mundo, la verdad proclamada por el Gato Clonado es distinta de otras “verdades” aseguradas con plomo y sangre, pues no amerita ni condona una restricción a las posibilidades de pensamiento libre. Es simplemente la ilustración natural de que la humanidad ha errado la percepción sobre su entorno y hermanos, cuadrúpedos, bípedos, cefalópodos o vegetales, poseedores de una clara dignidad, del único derecho que garantiza la supervivencia armoniosa de cualquier sistema: el de ser respetado y considerado como singular.

Como defensor de esta verdad, una de las pocas certidumbres en este mundo relativo a conveniencia, la expongo a ustedes como una invitación a la cordialidad biocentrista. A enriquecer perspectivas filosóficas, realistas o espirituales si lo desean, pues apreciar la individualidad de cada ser es dilatar el concepto de la belleza, despertar de este coma estereotípico de ignorancia. Es la liberación de una rutina idiota de violentar sin excusa, de aceptar el asesinato y tortura porque se supone es correcto. Finalmente el Gato Clonado disipa la injustificable vanidad humana, recuerda la fragilidad de una convicción totalitaria que ante cualquier sacudida del paradójico orden biológico, no puede mas que derrumbarse mostrando que en verdad siempre ha sido una triste, pueril mentira.

Para el Gato Clonado

.C.

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